En peores momentos nos hacemos fuertes y en las peores
guerras sacamos nuestras mejores armas. No sé si ahora muchos creerán que es
posible o si ya estarán preparando los discursos agoreros de “las cosas no
están saliendo bien”, “este equipo aspira a mucho más” o “nos creíamos
invencibles y aun así nos vencieron”. Puede que el sueño se encuentre cada vez
más lejos pero eso no nos impedirá seguir soñando, seguir luchando por
conseguir cada punto y poder seguir escalando en estos últimos partidos.
Partimos de la nada y ahora nos encontramos cerca de la
cima. Cuando nadie daba nada por nosotros, nos colamos entre los grandes y
demostramos que la humildad es la mejor arma para lograr conseguir los
objetivos. Me dieron a elegir entre esperar y cambiar mis colores… Era fácil
elegir hacerme de uno de los grandes pero decidí sentarme y mirar cómo los años
pasaban y las críticas aumentaban. He estado años pensando que la historia era
demasiado cruel con nosotros e incluso han flaqueado los ánimos pero nunca me
he planteado desistir de algo que correr por mis venas desde que empezó a latir
el corazón. Ser valencianista significa sufrir, aprender a que todo no siempre
sale bien y que por mucho que algunos se bajen del tren en el camino, muchos más
subirán en las siguientes paradas para volver al camino que emprendimos.
El futuro es nuestro, el presente simplemente son pasos para
que ese futuro no tal lejano sea tan glorioso como lo fue nuestro pasado. No hemos
sido nunca de los equipos más respetados por la Liga, pero sí tenemos algo que
muchos les gustaría tener: la mejor afición del mundo. Y eso ni títulos, ni
jugadores que valgan millones ni si quiera el reconocimiento de los medios
pueden pagarlo. Porque si un padre puede decirle a su hijo que ser
valencianista merece la pena porque un día Benítez levantó una copa que nadie
esperaba, entonces sufrir mereció la pena. Si un niño puede elegir lucir la
camiseta con orgullo y seguir soñando con ver ganar la Liga algún día, todos
los tropiezos del camino merecieron la pena. Porque si un niño puede entrar en Mestalla
y puede sonreír e iluminársele los ojos, entonces todos ganamos.
Porque una ilusión no es solo títulos, es también la alegría
de una fiesta cada vez que el balón rueda por el teatro de los sueños llamado
Mestalla. Es ser una infinita parte en esa grada que cada partido llena el
mejor estadio, formar parte de algo tan grande siempre merece la pena. Hoy tal
vez no ganamos títulos pero seguimos creyendo que algún día seremos el gigante
que pasaba por encima de los que ahora están arriba. Porque sabemos que este
equipo vivió la era de Kempes, el gol de Mendieta al Atlético, la velocidad del
Kily González, la magia del Guaje con el balón, vio correr las piernas del
canario Silva sobre su césped, supo lo que era ver rodar lágrimas de orgullo por
la cara de un gran Cañizares al despedirse de su grada. Esa afición supo lo que
significaba cada pase del Pipo y cada defensa del Ratón Ayala. Y sabe que si el
pasado fue glorioso, el futuro solo podrá igualarlos.
Porque puede que las leyendas se fueran, pero la gloria que cosecharon alumbra el camino de los jóvenes prodigios que se cosechan en nuestro campo. Porque la defensa de Otamendi da ganas de soñar, porque la magia de André Gomes te da motivos para creer, la velocidad de Gayá es como volver atrás y los goles de Alcácer son como rememorar las mejores noches en Mestalla. Que el pasado no quede en el olvido porque solo es un preámbulo de lo que nos espera. Ahora más que nunca, a tu lado en las buenas en las malas, en las mejores y en las peores, en el pasado, el presente y en el futuro. Porque si jugarás en el cielo, moriría por verte...
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