lunes, 15 de febrero de 2016

¿Dónde estabas entonces?

A veces, para valorar el sabor de la victoria, tienes que aborrecer el de la derrota. No es fácil estar en los momentos malos, cuando nada sale bien o cuando, simplemente, nada sale. Es difícil arrimar el hombro y remar juntos cuando los que salen al campo tiran por tierra la camiseta que tanto amas. Es complicado ver que el mismo discurso se repite una y otra vez, pero que los cambios no se ven. No hay nada más incompresible como ver que los mismos jugadores que un día te hicieron tocar la gloria, hoy te han hundido en un pozo oscuro y sin salida. Es difícil permanecer junto a ellos en esos momentos, porque muchos son los que se marchan y critican cuando todo va mal, pero… ¿Quién permanece en esos momentos? ¿Quién nunca se marcha y nunca deja solo a un sentimiento?

La respuesta es fácil: aquel que realmente lo siente en el corazón. Hay muchas maneras de sentir la camiseta. La fácil es la de sacar camiseta, bufanda y demás cuando aparecen las victorias, se gana a los grandes o se toca la gloria. En esos momentos son muchos los que acuden a Mestalla, cantan los goles, admiran a los jugadores y les piden camisetas. En esos momentos son muchos… ¿Y en los otros? ¿Y en los días en que los goles del rival llegan en el último minuto? ¿Y cuando ves que los tuyos van caminando por el campo y un equipo, que venía de perderlo todo, te gana en tu casa? ¿Quién permanece en ese momento?

Cuando pasa eso, ya nadie pide camisetas, se vacía el campo y se pita a los jugadores. Algo tan respetable como merecido pero… ¿recordamos alguna vez, que son ellos los que nos llevaron a saborear la gloria? Se nos olvida fácilmente que hace poco nos codeábamos con los grandes como iguales y que eran los mismos jugadores los que nos llevan allí. Eran los mismos, solo que ahora las alegrías no son lo que viene de su mano.

Desde pequeña me enseñaron que los caminos fáciles no son siempre los correctos. Yo aprendía bien esa lección y por eso me hice valencianista. Porque el camino fácil hubiera sido hacerme de uno de los que siempre han sido grandes y en los que nunca se sufre. Pero no es el camino correcto. Me hice valencianista para saber lo que cuesta sudar una victoria, lo que cuesta ganar a un equipo, lo que a veces cuesta mantenerse junto a los grandes. Me hice valencianista porque supe apoyar cuando muchos se iban, supe tragarme las lágrimas o llorar cuando las cosas salían mal y las soluciones no las aportaba nadie. Supe estar con los míos cuando los campos se vaciaban y nadie acudía a verlos. Cuando se rumoreaba sobre el descenso o cuando los grandes nos humillaban en su campo. Ahí estuve junto a mi pasión; estuve junto al Valencia.


Ahora muchos se subirán al carro de que siempre han confiado en que el Valencia levantara la cabeza, pero… ¿dónde estaban eso cuando perdíamos? En otros sitios poniendo de vuelta y media el Valencia, sin arrimar el hombro y optando por el camino fácil. Por eso, en las buenas, en las malas, cuando estés en el suelo o en lo más alto; cuando los grandes besen por donde pisas o te pisen allí por donde pases… Siempre, pase lo que pase, venga quien venga, juegue quien juegue, recuerda: siempre habrá alguien en la grada confiando en ti. Siempre habrá alguien que crea en que puede mejorar la situación. 

No mires solo a los que se van cuando todo va mal, sino a los que se quedan y permanecen cuando las cosas salen torcidas. Esos son los que se merecen las victorias y los que se alegran cuando se revierte la situación. Un día establecí con el Valencia un matrimonio perfecto y por eso, estaré contigo en las buenas y en las no tan buenas, en las salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de mi vida y hasta en el cielo, animaré por ti. El Valencia siempre se levanta porque confía siempre en que el mejor sentimiento del mundo, nunca puede estar en el suelo para siempre. 

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