jueves, 4 de febrero de 2016

The show must go on...

He visto tragedias en el cine más alegres que la que vivimos anoche. Y mira que la eliminatoria se planteaba interesante pese al pésimo espectáculo que se veía las últimas jornadas. A 5 puntos del descenso y todavía éramos capaces de creer que se podía ganar al Barcelona, en su casa, con Neymar, Messi y compañía jugando… Porque la ilusión es lo último que se pierde pero lo primero que pica y duele. El batacazo fue tan grande que los goles ya casi no dolían, o al menos dolían menos que el espectáculo que se veía sobre el campo.

El Valencia es un equipo sin ideas, hundido en la fosa más honda que existe, cavada por un equipo sin perspectiva de futuro, con un entrenador que no puede revertir la nefasta situación y con un equipo que no levanta cabeza. Dicen que los golpes duelen menos cuando estás en el suelo, pero la verdad, es que duelen igual o más, porque no te dejan mirar hacia delante. Duelen porque sabes cuándo te repongas de esta derrota, vendrá otra que todavía no ves venir y que no podrás hacer frente. Porque actualmente estamos en un túnel del que no vemos ni la luz, ni la salida ni tenemos ideas para que llegue más pronto.

Estamos perdidos en un mar de mal juego, jugadores mediocres sin ritmo y sin esperanza. Ellos no creen lo que juegan, no sienten la camiseta ni sudan los colores. Les da igual los que no puedan dormir por la noche; les dan igual los que paguen el abono al año para verlos; los que viajen kilómetros para animarlos. Si realmente les importará esa gente, al menos, correrían por el campo y no irían al trote cochinero o paseándose como si estuvieran el Parque de Cabecera. He visto abuelos en los parques moverse más rápido que el Valencia ayer. He visto personas mayores con más espíritu mirando obras en mi pueblo que la plantilla que ayer vestía mi camiseta y la arrastraba por el campo.

Los goles me dan igual, sean 7 o 25. La imagen es lo que realmente preocupa. Entiendo que estamos ante el mejor Barça de la historia… pero también ante un Valencia irreconocible y con la moral por los suelos. Ya no es problema de quién esté en el banquillo, del estilo de juego que plantees ni de quién salga en defensa o en ataque. El problema está en que los que salen no tiene garra ni ganas. No sudan la camiseta y no plantan cara. Y por eso, la afición se queja.

Habría que enseñarles que tras este partido, ellos mismos tendrían que mirar a los ojos a esos niños que llevan la camiseta con orgullo y decirles que siguen siendo los héroes que eran la temporada pasada. Tendrían que dirigirse al que trabaja por pagar su abono y decirle que todo se solucionara sosteniéndole la mirada. Tendrían que ir con la cabeza gacha por la calle y oír todo lo que la gente piensa de ellos. Porque ahora, cómo le explicas al aficionado de a pie que tiene que ir a Mestalla a animar el siguiente partido. Cómo le explicas a un niño que la ilusión está por encima de las derrotas y las malas rachas. Cómo se le explica a alguien que el sentimiento no son los jugadores sino la camiseta que llevan.



Tal vez, esa frase que he oído esta mañana sea cierta. “Hemos elevado a la categoría de dioses a gente que no llega ni a súbdito”. Tal vez hemos puesto el nombre del jugador por encima del nombre de la camiseta. Pero estamos aquí para levantarnos. Tal vez no hayamos estado en peores o tal vez sí, pero si algo somos es fuertes para avanzar… No sé hacia dónde pero lo que sí sé es que nadie, por muchos goles que nos metan, por mucha rabia que sienta, por muchas lágrimas que caigan o por muchas risas que oiga, nadie me va a quitar el orgullo de llamarme valencianista ni de sentir mis colores por encima de aquellos que tratan de pisarlos. 


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