He visto tragedias
en el cine más alegres que la que vivimos anoche. Y mira que la eliminatoria se
planteaba interesante pese al pésimo espectáculo que se veía las últimas
jornadas. A 5 puntos del descenso y todavía éramos capaces de creer que se
podía ganar al Barcelona, en su casa, con Neymar, Messi y compañía jugando…
Porque la ilusión es lo último que se pierde pero lo primero que pica y duele.
El batacazo fue tan grande que los goles ya casi no dolían, o al menos dolían
menos que el espectáculo que se veía sobre el campo.
El Valencia
es un equipo sin ideas, hundido en la fosa más honda que existe, cavada por un
equipo sin perspectiva de futuro, con un entrenador que no puede revertir la
nefasta situación y con un equipo que no levanta cabeza. Dicen que los golpes duelen
menos cuando estás en el suelo, pero la verdad, es que duelen igual o más,
porque no te dejan mirar hacia delante. Duelen porque sabes cuándo te repongas
de esta derrota, vendrá otra que todavía no ves venir y que no podrás hacer
frente. Porque actualmente estamos en un túnel del que no vemos ni la luz, ni
la salida ni tenemos ideas para que llegue más pronto.
Estamos
perdidos en un mar de mal juego, jugadores mediocres sin ritmo y sin esperanza.
Ellos no creen lo que juegan, no sienten la camiseta ni sudan los colores. Les
da igual los que no puedan dormir por la noche; les dan igual los que paguen el
abono al año para verlos; los que viajen kilómetros para animarlos. Si
realmente les importará esa gente, al menos, correrían por el campo y no irían al
trote cochinero o paseándose como si estuvieran el Parque de Cabecera. He visto
abuelos en los parques moverse más rápido que el Valencia ayer. He visto
personas mayores con más espíritu mirando obras en mi pueblo que la plantilla
que ayer vestía mi camiseta y la arrastraba por el campo.
Los goles me
dan igual, sean 7 o 25. La imagen es lo que realmente preocupa. Entiendo que
estamos ante el mejor Barça de la historia… pero también ante un Valencia
irreconocible y con la moral por los suelos. Ya no es problema de quién esté en
el banquillo, del estilo de juego que plantees ni de quién salga en defensa o
en ataque. El problema está en que los que salen no tiene garra ni ganas. No
sudan la camiseta y no plantan cara. Y por eso, la afición se queja.
Habría que
enseñarles que tras este partido, ellos mismos tendrían que mirar a los ojos a
esos niños que llevan la camiseta con orgullo y decirles que siguen siendo los
héroes que eran la temporada pasada. Tendrían que dirigirse al que trabaja por
pagar su abono y decirle que todo se solucionara sosteniéndole la mirada.
Tendrían que ir con la cabeza gacha por la calle y oír todo lo que la gente
piensa de ellos. Porque ahora, cómo le explicas al aficionado de a pie que
tiene que ir a Mestalla a animar el siguiente partido. Cómo le explicas a un
niño que la ilusión está por encima de las derrotas y las malas rachas. Cómo se
le explica a alguien que el sentimiento no son los jugadores sino la camiseta
que llevan.
Tal vez, esa
frase que he oído esta mañana sea cierta. “Hemos elevado a la categoría de
dioses a gente que no llega ni a súbdito”. Tal vez hemos puesto el nombre del
jugador por encima del nombre de la camiseta. Pero estamos aquí para
levantarnos. Tal vez no hayamos estado en peores o tal vez sí, pero si algo
somos es fuertes para avanzar… No sé hacia dónde pero lo que sí sé es que
nadie, por muchos goles que nos metan, por mucha rabia que sienta, por muchas
lágrimas que caigan o por muchas risas que oiga, nadie me va a quitar el
orgullo de llamarme valencianista ni de sentir mis colores por encima de
aquellos que tratan de pisarlos.
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